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Tuesday, May 05, 2009

Persiste

Tengo una rara sensación en mi boca, es más profunda que mi aliento.
Tengo irritada la garganta y en las noches el frío destroza mi boca.
Un sabor alcalino domina mis comidas y persiste hasta mi descanso.
Carraspeo, toso, paso saliva,
persiste.
Me levanto tomo agua,
persiste.
Doy vueltas, me despierta, me domina,
persiste.
Tengo una rara sensación en mi boca, creo que extraño sus besos.

Friday, March 02, 2007

Besos Saborizados

Anoche me chupé unos labios sabor a naranja.
Más dulces que el almibar pero no tan hostigantes.
Casi como el chocolate pero para nada amargos.
Si pudiera expresar con palabras lo compasivos, cariñosos o alegres que pueden ser los besos, doy mi palabra que lo intentaría pero la verdad no se por donde empezar, solo puedo entender que recibir uno de esos besos deliciosos pueden llenarlo a uno de una felicidad inconmesurable.

Sunday, December 03, 2006

Una Vez en La Habana



Cuando te vi por primera vez, quedé sorprendido, inundado por tu inmaculada belleza. Inmaculada, no por virginal, sino por el hecho de no haber sido contaminada por estereotipos o ideas de quirófano. No fue la primera vez que me sucedió en La Habana, muchas veces cuando me decidía a caminar todo el malecón, veía un centenar de diosas desfilando por su humilde pasarela y, entonces, nos dedicábamos a observarlas con descaro.

Cinco veces más me sorprendiste; la segunda, más agobiante aún, fue cuando me abordaste en el café, en frente de El Quijote, a pocas cuadras de mi hotel, donde me la pasaba en las tardes leyendo un libro y bebiendo ron o un espeso café. Generalmente, eran hombres los que se acercaban, las mujeres tendían a ser estigmatizadas y en un instante rechazadas. El hombre, por el contrario entraba con aire amiguero, siempre con una sonrisa blanca pero la mayoría de las veces con intenciones oscuras. Yo no te rechacé, se notaba que estabas desafiando algo muy grande, estabas desafiando el imaginario machista de tu vecindario; yo no pude rechazarte, más aún cuando escupiste tu nombre con un hechizo que me impidió moverme. Me sorprendiste con ese Yulianela, hija de Marianela, nieta Lucianela y bisnieta de Isaura.

Pasmado, congelado, ahí después de escucharte saludar, intenté tartamudeando invitarte a sentar, te ofrecí una bebida y pediste un batido de fruta-bomba con un poquito de ron. Caí en la cuenta de mi descuído y te silbe mi nombre, al parecer te gustó y cómoda te fuiste acomodando, parecía como si te estuvieras liberando de un gran peso, de una carga, de un lastre. Al momento llegó tu bebida, un beberage naranja intenso y pastoso casi cremoso, venía con un par de hielos y un pitillo. Agradeciste al mesero y lo introdujiste en tu boca chupando de una sola bocanada casi un cuarto del vaso. Sentiste mi curiosidad por saber que habías pedido y me ofreciste un poco, yo introduje ese pitillo que había tocado, ya, tus labios, ya, tu lengua y descubrí de entre la avalancha de azúcar que le habían puesto a que sabía la fruta-bomba.

“¡Ah! ¡Es papaya!” atiné a responder completamente emocionado pero descubrí un brillo de incomodidad en tu mirada, muy ligero pero ahí estaba, y te acercaste al oído a susurrarme “papaya, aquí en Cuba, es panocha pero esa te la doy a probar más tarde”. Me sonrojé, agache la cabeza y tu te burlaste.

Muchas veces me sentí desilusionado de hablar con las mujeres de Cuba pues descubrían mi extranjería y siempre terminaban ofertando su sexo, no muy caro la verdad si reconocemos que sólo muy pocas de las mujeres de Cuba no eran apetitosas, pero me cohibían pues no encontraba cabida para el cortejo para la seducción, al fin y al cabo una puta se consigue en cualquier lado. Espere después del susurro la susodicha oferta, me imaginaba que iban a ser cinco chavitos. A saber, según mis resultados lo mínimo eran cinco y era, contrario a lo que uno pudiera pensar, para mujeres exquisitas pero de poca experiencia y veinticinco a treinta, matronas que se las daban de guardianas del inexorable secreto tántrico del hombre y la mujer teniendo sexo, en un catre a treinta y siete grados centigrados, en un edificio roto del centro de la ciudad.

No dijiste nada más y eso en algo me alivio.

Creo que al final de mi raciocinio quise pensar que te gusté, no buscabas estafarme, ni que te gastara nada más; en un principio, simplemente te gusté y estabas jugando conmigo porque sabías que me gustabas y que estaba intrigado del por qué no pedías algo más que un simple batido de papaya, perdón, de fruta-bomba.

No sé en que momento, ni como lo hiciste pero me dijiste que fuéramos a tu apartamento que estaba cerca a la Necrópolis, cerca también de unos estudiantes amigos míos que ya había conocido previamente en una borrachera de ron días atrás. Sentía que era diferente a una propuesta de una puta, me había prometido no tener ni un sólo encuentro por el estilo pero cómo negarme. Cómo decirle que no a esas largas piernas de tono bronce y esa ínfima minifalda de jean. Cómo decirle que no a esa franelilla, con ese escote que me permitía ver tus tetas a plenitud, que me permitía dilucidar esas dos masas duras, redondas y jugosas. Cómo decirle que no a esos ojos y a esa cara que más parecían la portada de una revista de moda. Cómo decirle que no a ese sinnúmero de pelitos finos, chiquitos, monos que rodeaban sensualmente tu cuello, tus brazos, que se perdían en tu espalda y volvían a aparecer en tu vientre para otra vez, después de seguir el camino al paraíso, volverse a perder. ¡Ah! Que paraíso apenas rubio sobre tu piel blanca y enmarcado por tu bronceado de caramelo. ¡Ah! ¡Que paraíso rosado y húmedo de saberme tuyo, de sentirte excitada.

Me seguiste sorprendiendo, esta vez cuando me pediste que te clavara por el culo y aunque me deseabas, incluso más de lo que yo a ti, sabías en lo profundo de tu corazón que esto no iba a durar más allá de mis días de vacación en Vedado. Toqué tu sexo y mi mano se llenó de orgullo mientras mi verga ebullía de envidia, de ver como ella se sumergía entre tus piernas en esa piscina tuya. Todavía sin quitarte la faldita que se me antojaba deliciosa, te puse en cuatro, me limpié tu sabor en mi boca y fuiste dulce por segunda vez en el día. Estruje con fuerza uno de tus pezones que estaba ya irrigado y tenso que ocasionó un grito sordo y bajo que disparó una ola alcalina, allá en tu baja piscina. Mojé mi otra mano en tu charco y lubriqué tu delicioso culo de durazno. Mordí tu nalga izquierda, tan fuerte que me enviaste una reconveniente mirada, “tan mal tratas a las niñas de quince años?”, quedé frío, fue mi quinta sorpresa, mis manos se alejaron de tu cuerpo y sonreíste, cogiste de nuevo mis manos y las pusiste donde estaban, el avión se estaba cayendo y el piloto estaba entrando en pánico, cogiste mi verga erecta y de un sólo golpe la forzaste en tu ano, que vertiginosamente se perdió en el fondo de tu ser, digerida por tu culo, cerré los ojos y comencé a meterme en tu deseo y fue síncopa nuestro ritmo, tu culo, mi verga, tu garganta, mi mano, tu piscina. La hundía y gemías y gemías, gemías y la hundía y gemías, la hundía y gemías y gemías, la hundía y gemías y gemías y la hundía, la hundía y gemías y gemías.

Friday, November 17, 2006

La encontré y fue Brasil

Mi mujer había tomado la decisión, hace unos años, de viajar y olvidarse, o mejor dejar olvidado, todo el pasado, todo el crudo pasado que le significaba soportar Bogotá. Sin importar su rumbo, llevaba ahorrando todos estos años y ya al fin se iba. Yo no podía más que apoyarla, sus sueños estaban en juego y sus crisis hubieran podido agravarse ante mi negativa o desamparo. Con unas pocas cosas en la maleta, unos dolaretes encamisados entre sus partes intimas agarró un colectivo que la llevara al terminal para empezar su travesía. La idea era llegar a Ecuador, de ahí en adelante Dios proveería.

Recuerdo haberla agarrado de las caderas y haberle plantado un beso lleno de lengua y saliva, y sintiéndola excitada recorrí su delgada vestimenta hasta llegar con mi mano derecha a su excelente busto, donde su pezón, más que yacer, nacía y allí mismo hubiera podido izarse una bandera; con mi mano izquierda busque en zonas australes y encontré su sexo que empapelado por los verdes que se había metido crujía, crujía.

No logramos hacerlo porque ella tenía afán, con su corazón acelerado a más no poder salió a enfrentar su destino, yo me quedé con su aroma entre mis dedos.

Pasaron otro tanto de años y sólo recordaba su aroma en mis dedos que a pesar del sudor, del jabón, del sucio ambiente de la ciudad, permanecía intacto.

Fue sólo hasta hace poco que recibí noticias de ella. Había atravesado medio continente hasta llegar, literalmente, a La Patagonia y se había comenzado a devolver. Esto me lo estaba escribiendo en un extenso correo que yo leía con escalofríos y abundante ansiedad. Cuando estaba en La Triple Frontera dispuesta a pasar a Bolivia y llegar por tierra inca al culo de Colombia, se fue por Iguazú y se perdió en la densa calidez de un país misterioso que le abría los brazos y la apretujaba hasta casi asfixiarla.

Llevaba casi un año entero dando vueltas por São Paulo, Belo Horizonte y Goiania. Dedicada a caminar y aventurarse; estos parajes se habían vuelto aristas de un extraño triangulo que no la dejaban irse pero donde ella también embelezada asumía su presidio. Estaba ahorrando para ir más al norte, más al oriente, costear la playa y llegar a Recife.

Mientras recorría estas notas en su correo, mentalmente, comencé a buscarla. Nunca había salido del país, siempre había un gran pero, un gran sin embargo, un gran incluso. Esta vez no había mucha plata, casi toda se la había dado a ella y la situación no había mejorado pero por buscarla haría lo que fuera. Tomé unas cuantas camisetas y unos calzoncillos, mis otros tenis y un pantalón de dril, no tenía bolsa de dormir pero alisté una chaqueta que tenía, muy gruesa, muy abrigadora. Embutí como pude eso en un morral y con mi mano en la nariz, con su esencia fluyendo de las arrugas de mis dedos, salí disparado hacia el sur, no hacia Ecuador como en principio ella lo hizo, no. Salí en dirección hacia Leticia, estaba decidido a ahorrarme camino, plata y tiempo.

Pasé a Manaos, en una canoita, lo más de cucleta.

- Bon Dia irmão. Você esta agora no Manaus – me decía el canoero con la limitancia de su escasa dentadura y ese humor que tienen todos los canoeros del mundo. Boa sorte e beijos pra sua namorada.
- Brigado – lo abracé y recordé su sonrisa mucho tiempo.

Parintins, Macapá, Belem, São Luis, Fortaleza, Natal, Joáo Pessoa y finalmente Recife.

La busque por todas las ruas y no la ví asumi que todavía no había llegado.

Maceió, Alagoas, Aracaju, Salvador.

La olfateaba y estaba lejos. Aproveché e hice una parada en Salvador porque soy fanático de Tony Bordain, un chef que ha caminado por todo el mundo en busca de la comida criolla y tiene un programa en People and Arts; recordé que el mancito había tenido una parada muito boa en Salvador. Me fiz amigo de Marcos, um cara muito legal que estava me guiando pela cidade. Ja falava uma que outra palavra e minha faz se mixturaba muito bem com as pessoas nativas. Muito bom porque a cerveja ja não era tam cara, feijoada muito mais grande e as mulheres muito mais desvergonhadas.

Seguí, recorriendo toda la larga playa de Bahia, Espiritu Santo y Rio de Janeiro, hasta finalmente llegar a São Paulo.

Por fin la encontré y fui feliz.

Le di un beso y la abracé.

Terminé de leer el correo y me dije que estaba preparado para viajar. Atrás miedos, atrás lamentaciones, atrás disculpas. Brasil me estaba esperando y con él un beso y un abrazo de mi bien amada.