Friday, October 13, 2006

Naranjas



Se dice naranjas cuando uno se queda sin nada. En esta ciudad tan grande hasta sin nombre nos quedamos. El frío puede ser agobiante. La gente, los buses, la plata también puede serlo pero igual se sobrevive. Somos felices o tristes o pensativos o solteros. Vivimos en una ciudad fría y necesitamos mucho cariño para calentarnos los tuétanos.



En esta ciudad tan grande no tengo nombre. Vengo de Somondoco que es un pueblito chiquito de Boyacá. Soy huerfano desde los cinco años cuando mis padres almas benditas me dejaron casi solo por una enfermedad.

Me casé con la niña que nos cuidaba a mi y a mi hermano. Crecí entre tíos y padrinos pero fueron sus ojitos los que siempre me guiaron. Hoy ya tengo ochenta años. No me quejo pues hasta buena salud tengo. Vivo al lado de ella por mas de setenta años. Hago arepitas como las hacía mi tía también alma bendita. Son ricas y fresquitas me lo dicen los vecinos de por aqui cerquita. Yo sólo espero no ver morir a mis ojitos que me acompañan todavía.



En esta ciudad tan grande no tengo nombre. Tengo frío y estoy mojado. Debo estar erguido y no parecer cansado. Me parezco más a un perro que a cualquier otra cosa.

Hoy me pesa la dotación más que nunca. Lo mocha es en quince días y juro que estoy contandola hasta con los dedos de los pies. No se cuánto me den en la liquidación, quitando el arriendo, la comida, los uniformes, las botas que me robaron pueda ser que me quede algo para invitar a Martica. La puedo llevar a La Primera de Mayo y luego a Alamos pero quiero también algo especial. No se si invitarla a comer pero igual no se cuánto me den en la liquidación.



En esta ciudad tan grande no tengo nombre. Sí, tengo muchas cosas en que pensar. Mi hija es una de ellas según el seguro tengo que llevarla con regularidad al psicólogo. No tengo casi ni para mi transporte diario y a veces me toca coger taxi para cumplir con todo lo que tengo que cumplir.

Llevo nueve años en esta casa. Le limpio, le barro y le hago café a cada una de las oficinas que están distribuidas en los cuartos de toda la casa. Ya son nueve años y ni siquiera tengo las llaves del portón de enfrente. Muchas veces me quedo afuera, esperando a que llegue alguien y me pueda poner a hacer el oficio. Con gusto llegaba más tarde. Él solo llega hasta el medio día pero ha encargado a los celadores y vigilantes vecinos a que le digan cuando llego tarde. Echo globos y pienso. Qué más puedo hacer.



En esta ciudad tan grande no tengo nombre. Si, tengo un apartamento en plena quince con setenta y seis. Tiene solar, jardín, cocina, baño y un cuarto. Es bien humilde pero vivo así tranquilo desde ya hace unos quince años. Vecinos de los que usted quiera, ruidosos, montañeros, zarrapastrosos, con pulgas, fríos. Todos terminan yendose. Yo me quedo con mi perro.

Ya no me da hambre.
Ya no me da frío.
Tengo que preocuparme,
solo de lo mío.



En esta ciudad tan grande no tengo nombre. En mi mente hay pensamientos bonitos y descritos con palabras, también, bonitas pero siempre que los escupo salen fetidos y ofensivos.

Vivo de la calle y la calle es mi amiga, por eso mismo.
Vivo de la calle y yo cuido mi calle, por eso mismo.
Vivo de la calle y lo he hecho desde que tenía trece años.

Si fuera un empleado normal, ya debería tener pensión y dedicarme a mis bisnietos. Pero asi es la vida, no la he inventado yo como dice el poeta de la amargura y el sabor. Vendo jugo de naranja desde hace ocho años, estoy parada en esta esquina desde hace tres. Los trabajos han sido muchos pero nunca entregué mi cuerpo a la calle porque conozco la calle y me lo hubiera cobrado con creces. Son cincuenta y nueve abriles, ya, y casi toda mi familia está unida. No nos ha hido tan mal, incluso hay unos cuantos que están a punto de graduarse como bachilleres, benditos sean, pues eso les abrirá por lo menos un par de puertas más.

Tengo dos bultos de naranjas, dos costales, que arrimo casi a diario. Son buenas naranjas, relativamente frescas. En este momento, somos tres las que estamos en esta esquina, mi sobrina, una nieta y yo. Todas pertenecientes al mismo sindicato, el sindicato de Las Sánchez pero no las de Julito, no se imagine cosas. El jugo vale mil pesitos nada más y alcanzo a vender casi seis costales a la semana. Con eso alcanzamos para el diario. Es duro pero no tanto como podría llegar a ser.

1 comment:

  1. Excelente tu pagina. Cada vez que coma una naraja recordare este texto.

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