En la universidad, hace casi más de doce años, vivía en un apartamento gigantezco al norte de la ciudad. Consumía alcohol, domicilios y mucha televisión. No tenía afán de graduarme y eso me permitía estacionarme en ese gran espacio a fornicar con mis pensamientos.
En aquella época, ya me había separado de mi tercera y pronto llegaría mi cuarta, pero lo verdaderamente importante de ese entonces fue que vivía ansioso por una mujer que me terminó enloqueciendo. Se llamaba Marcela y cómo ven hasta el día de hoy la recuerdo. No tuvimos absolutamente ningún contacto, un beso, una caricia, una cogida de manos. Simplemente, le declaré mi amor y ella se atrevió a malgastarlo.
Dediqué muchos fondos de latas Holsten negra en torno a ella y aunque nunca pude conciliar una explicación de lo que me sucedía, un día un amigo encontró garabateado lo siguiente: "Benditos aquellos que poseen un amor platónico, porque de ellos será el reino del amor verdadero".
Al final, justo cuando estaba quebrando su defensa, ella con tres juanas en la cabeza y yo profundamente embriagado me acosté al lado de ella, temblaba de felicidad porque en cucharitas ibamos a consumar nuestra primera noche juntos, relajé todo incluso mis esfínteres y la oriné con litros y litros de cerveza diluída...
No volví a saber de ella.
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