Fui invitado al aristocrático matrimonio de la prima de mi chica - la cual era la novia, y ahora esposa, de uno de los paisas más millionarios de la ciudad, también fue un buen momento para conocer, por primera vez, a la familia de ella la cual estaba esperando curiosamente conocerme. Familia de médicos, por supuesto, muy tradicional y educada.
La escena era cien invitados, entre paisas, caleños y un bogotano.
El viernes, después de haber olvidado los zapatos para el matrimonio en casa y haber pagado treinta venenosas lucas en un taxi al aeropuerto porque no iba a alcanzar el último vuelo a Rionegro, logré el primer encuentro. Estuvo muy normal, la bienvenida fue muy cordial y amable. Conocí a los padres, los hermanos y a la abuela de mi chica. Todo iba perfectamente como se había planeado. La familia estaba alojada en un hotel cerca en una de las fincas más grandes de Llanogrande, en las afueras de Medellín del cual era dueño Jóse Alejandro (con acento en la "o" pa' que se sienta más cachetoso) el prometido de Cata, la prima de mi chica. Sin embargo, la casona estaba llena, y Don Hernán (padre de mi chica) muy gentilemente nos alojó en un hotel cerca.
Después de haber roto el hielo nos dirigimos cada uno a las habitaciones a prepararnos para la boda. La ceremonia comenzaba a las dos de la tarde. Don Hernán nos llevó a nuestro hotel muy amablemente y se disculpó por no habernos podido conseguir habitaciones en la casona en la que estaban ubicados todos.
Luego de que él se fue, ella y yo nos dispusimos a tener sexo como usualmente lo hacemos. Teniamos suficiente tiempo y teníamos muchas ganas porque durante la semana no lo habíamos podido elaborar. En mitad de nuestro acto yo comencé a notar algo extremadamente mojado en mi trola. Paré sorpresivamente para revisar y al sacarlo rápidamente un chorro de sangre comenzó a emananar de este. Al principio pensé que era el periodo de ella pero me confirmó que no era la fecha aún. Al ver el chorro de sangre ella gritó del pánico tan hijo de puta. Yo intentaba controlar la sangre que salía imparable de mi pene manchando todo a mi alrededor como si estuviera asesinando a alguien, como una película de gore barato, muy barato. Desesperadamente, fui al baño y me lavé la verga para ver que había pasado. Sin embargo era tal la cantidad que no podía ver nada. De un momento a otro, le dije: Pucha! Me marié. Y como si mi vista fuera la pantalla de un televisor la imagen se me fue inmediatamente, se fue la luz y no recuerdo nada.
A los pocos segundos sentí un fuerte golpe en mi cabeza, había caído completamente inconsciente y temblando. El golpe me hizo despertar y recuperarme lentamente para ver la angustiosa cara de ella, llorando y desnuda sin saber que hacer, pura escena grotesca de los Farelli.
Yo trataba de recuperarme pero seguía desorientado. Al instante y sin saber porqué, el hermano de ella tocó la puerta. Desesperada, ella le abrió y le explicó lo que había ocurrido al anonadado espectador. Tendido en el piso, lleno de sangre y tratando de calmarme le dije a ella que todo estaba bien. No quería que el hermano y la esposa me vieran en el estado más deprimente de mi vida el primer día de habernos conocido y menos sabiendo los pormenores del accidente.
Al final me terminaron viendo todo un espectáculo digno de Las Vegas que ante sus ojos se vislumbraba. Sin embargo mi dignidad me permitió tapar mi sangrienta pobreza y la embarazosa situación me obligó a coger alientos y volver a tres de mis cinco sentidos. No quería que nadie más se enterara porque el hermano sugiriá llamar a Don Hernán. El sólo hecho de pensar que el papá de ella, mi suegro, quien había pagado hoteles, comida e invitaciones iba a saber que jamándome a su hija me había ocurrido un accidente y que me iba a cagar el hijo de puta matrimonio me hizo sacar fuerzas de no se donde y calme a todo el mundo, aún empelota, aún sanguinoliente, aún mariado.
Al final llamamos a un servicio médico que nos asistió por teléfono, les explicamos que había pasado y todo fue solucionado. No pude tener sexo en una semama.
Wednesday, October 28, 2009
Aristocrático Matrimonio
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Monday, October 19, 2009
Siempre fui un caballero
Siempre fui un caballero pero también siempre fui un arrecho. Tuve una noviecita, cuando aún tenía yo dieciséis años que era súper bonita, morenita, chiquita, con sus carnes ajustadas recordándome porque siempre los jóvenes son más deliciosos que nosotros los más maduros. Anduvimos nuestro buen tiempo pero nunca estuvimos juntos, nunca el sexo compartimos.
Fuimos novios de chiquitos y de grandes el destino nos fue alejando. Pero el destino es un maldito canalla y nos volvió a juntar. Creo que fue en una reunión de mis amigos del colegio, creo que fue de mis amigos de barriada, creo que fue un círculo perdido en el tiempo donde ella y yo eramos noviecitos.
Su mirada no había cambiado, su piel seguía siendo morena y erizaba mi piel de sólo recorrerla con mi mente, sus labios eran carnosos y el brillo que les había echado me atrapaban en su sed, su pelo con el paso de los años había tomado vuelo, tenía vida, me enloqueció, sentí que esa mujer madura que tenía en frente mío había florecido y me atravesaba con su calor por toda mi espalda.
La saludé, me brillaron los ojos y mientras ella me decía que se había casado y tenía hijos yo había saltado esos mensajes y le susurre que evitaramos la molestia de ser decentes. Que ella me asfixiaba en ese salón comunal, que camine para Fontibón que mi falo estalla en mis pantalones.
Creo que ella también estaba sumida en una ansiedad inmunda porque ni se sonrojó cuando aceptó y tomó su humilde abrigo.
Llegamos a un motel modesto, no soy muy bueno cn los nombres, tenía camas limpias y el olor no estaba contaminado de amoniaco o alcohol. Era simplemente modesto. Me pidió apagar las luces y maldije la penumbra de las 6:30PM. Acepté su requerimiento y el frío de la penumbra emparoló más rápido mi compañero. Sentía que ella me daba la espalda porque su respiración aumentaba pero quedaba sorda frente a una pared, como si estuviera completamente enfrentada a alguna. Además su silueta doblaba su ropa y diligentemente empecé a hacer lo mismo. Finalmente, en bola, emparolado y ya con la trola congelada de la jabonosa excitación que tenía en la intemperie. Sobe mis manos porque me disponía a acariciarla y no quería asustarla, era mi niña chiquita de dieciséis años que iba a desflorar por primera vez.
El cuarto hedió en segundos a almizcle y sudor, cuando nuestras bocas se encontraron. Ella tomo mi falo y sus manos estaban frías, me hicieron suspirar, fue como un chorro de agua fría en una ducha bogotana a las 5AM que robó mi exhalación en un segundo. Mi mente relampagueaba y recorría ese cuerpo arequiposo tan suculento, tan delicioso. Mis manos tocaron sus tetas y no eran las tenaces astas de otrora pero me encantaban, me encantó darme cuenta que mi niña de dieciséis años era ya una mujer adulta, experimentaba. El jadeo nos llevó a una exutación absurda, yo estaba muy arrecho y controlaba el chorro de mis leches para que la faena no acabase pronto, sus graznidos me enloquecían y entonces le apretaba durísimo las nalgas, tan duro que relinchaba en dolor y pasión. Jadeábamos y sudábamos, jadeábamos y sudábamos, jadeamos y sudamos. En algún momento me ví completamente encharcado en un lago de sudor y me pareció súper extraño, el frío bogotano me erizó pero fue mi curiosidad la que no aguantó. Estiré violentamente mi brazo hacia una lámpara y la encendí. Su cara sonrojada de excitación se tornó apenada y se cubrió el pecho, hizo un rollo y se voltió. Yo entendí que todo ese sudor era una exaltación exagerada de una madre lactante, no pude detener mi mueca de asco y sentirme como Juno bañada en esa leche de infante. Sentí el sollozo y el sentimiento de mi amante, y mi pene palpitaba pero el asco de mi mente lo estaba matando. Tomé velozmente mi almohada y en dos movimientos me sequé el exceso de líquidos en mi pecho, apagué la luz y aprovechando que estaba de espaldas analmente la penetré.
Un grito de dolor al sentir mi lanza morcilluda la hicieron salir de su acongoje.
Generalmente, el ano se demora un tiempo en humectarse pero el de ella se conjugó con su vagina que al parecer estaba completamente sorprendida por lo que sucedía allá atrás por primera vez. Acaricié de nuevo sus tetas en una clara estrategia por hacerla sentir querida. Parecía un juego de Twister donde mi mano derecha cogía su teta izquierda, mi mano izquierda no sólo levantaba su pierna izquierda sino que introducía, masajeaba y fornicaba su vagina, mi verga dilataba su ano y mis caderas con un violento ritmo empujaban toda la maquinaria. Para ese entonces yo ya no estaba excitado. Mi deber era salvar la honra de esa mujer. Quería hacerla venir como nunca y que pagara todas sus penas con un excelente orgasmo. Al fin, gritó y yo liberé mi leche en su ano. Hubiera podido decir que fue normal por el hecho que no estaba ya arrecho sin embargo sentía que me salían y me salían litros de alcalinas sustancias. El heroísmo de mi verga fue más que el triunfo de una gran batalla, fue la exaltación del deber cumplido, del final de la guerra.
Ninguno de los dos prendió la luz. Mientras ella se vestía y yo limpiaba mi falo, mis manos, mis piernas con la sábana. Los dos auscultábamos la incertidumbre de decirnos algo. Ella salió y trás ella salí yo. No voltió a mirar nunca mientras desaparecía en un taxi que coincidencialmente esperaba al frente. Yo caminé un rato y después me monté en un colectivo hacia Chapinero. No volví a saber de ella pero sobre todo no volví a tener un recuerdo bonito de mi niña de dieciséis años.
Fuimos novios de chiquitos y de grandes el destino nos fue alejando. Pero el destino es un maldito canalla y nos volvió a juntar. Creo que fue en una reunión de mis amigos del colegio, creo que fue de mis amigos de barriada, creo que fue un círculo perdido en el tiempo donde ella y yo eramos noviecitos.
Su mirada no había cambiado, su piel seguía siendo morena y erizaba mi piel de sólo recorrerla con mi mente, sus labios eran carnosos y el brillo que les había echado me atrapaban en su sed, su pelo con el paso de los años había tomado vuelo, tenía vida, me enloqueció, sentí que esa mujer madura que tenía en frente mío había florecido y me atravesaba con su calor por toda mi espalda.
La saludé, me brillaron los ojos y mientras ella me decía que se había casado y tenía hijos yo había saltado esos mensajes y le susurre que evitaramos la molestia de ser decentes. Que ella me asfixiaba en ese salón comunal, que camine para Fontibón que mi falo estalla en mis pantalones.
Creo que ella también estaba sumida en una ansiedad inmunda porque ni se sonrojó cuando aceptó y tomó su humilde abrigo.
Llegamos a un motel modesto, no soy muy bueno cn los nombres, tenía camas limpias y el olor no estaba contaminado de amoniaco o alcohol. Era simplemente modesto. Me pidió apagar las luces y maldije la penumbra de las 6:30PM. Acepté su requerimiento y el frío de la penumbra emparoló más rápido mi compañero. Sentía que ella me daba la espalda porque su respiración aumentaba pero quedaba sorda frente a una pared, como si estuviera completamente enfrentada a alguna. Además su silueta doblaba su ropa y diligentemente empecé a hacer lo mismo. Finalmente, en bola, emparolado y ya con la trola congelada de la jabonosa excitación que tenía en la intemperie. Sobe mis manos porque me disponía a acariciarla y no quería asustarla, era mi niña chiquita de dieciséis años que iba a desflorar por primera vez.
El cuarto hedió en segundos a almizcle y sudor, cuando nuestras bocas se encontraron. Ella tomo mi falo y sus manos estaban frías, me hicieron suspirar, fue como un chorro de agua fría en una ducha bogotana a las 5AM que robó mi exhalación en un segundo. Mi mente relampagueaba y recorría ese cuerpo arequiposo tan suculento, tan delicioso. Mis manos tocaron sus tetas y no eran las tenaces astas de otrora pero me encantaban, me encantó darme cuenta que mi niña de dieciséis años era ya una mujer adulta, experimentaba. El jadeo nos llevó a una exutación absurda, yo estaba muy arrecho y controlaba el chorro de mis leches para que la faena no acabase pronto, sus graznidos me enloquecían y entonces le apretaba durísimo las nalgas, tan duro que relinchaba en dolor y pasión. Jadeábamos y sudábamos, jadeábamos y sudábamos, jadeamos y sudamos. En algún momento me ví completamente encharcado en un lago de sudor y me pareció súper extraño, el frío bogotano me erizó pero fue mi curiosidad la que no aguantó. Estiré violentamente mi brazo hacia una lámpara y la encendí. Su cara sonrojada de excitación se tornó apenada y se cubrió el pecho, hizo un rollo y se voltió. Yo entendí que todo ese sudor era una exaltación exagerada de una madre lactante, no pude detener mi mueca de asco y sentirme como Juno bañada en esa leche de infante. Sentí el sollozo y el sentimiento de mi amante, y mi pene palpitaba pero el asco de mi mente lo estaba matando. Tomé velozmente mi almohada y en dos movimientos me sequé el exceso de líquidos en mi pecho, apagué la luz y aprovechando que estaba de espaldas analmente la penetré.
Un grito de dolor al sentir mi lanza morcilluda la hicieron salir de su acongoje.
Generalmente, el ano se demora un tiempo en humectarse pero el de ella se conjugó con su vagina que al parecer estaba completamente sorprendida por lo que sucedía allá atrás por primera vez. Acaricié de nuevo sus tetas en una clara estrategia por hacerla sentir querida. Parecía un juego de Twister donde mi mano derecha cogía su teta izquierda, mi mano izquierda no sólo levantaba su pierna izquierda sino que introducía, masajeaba y fornicaba su vagina, mi verga dilataba su ano y mis caderas con un violento ritmo empujaban toda la maquinaria. Para ese entonces yo ya no estaba excitado. Mi deber era salvar la honra de esa mujer. Quería hacerla venir como nunca y que pagara todas sus penas con un excelente orgasmo. Al fin, gritó y yo liberé mi leche en su ano. Hubiera podido decir que fue normal por el hecho que no estaba ya arrecho sin embargo sentía que me salían y me salían litros de alcalinas sustancias. El heroísmo de mi verga fue más que el triunfo de una gran batalla, fue la exaltación del deber cumplido, del final de la guerra.
Ninguno de los dos prendió la luz. Mientras ella se vestía y yo limpiaba mi falo, mis manos, mis piernas con la sábana. Los dos auscultábamos la incertidumbre de decirnos algo. Ella salió y trás ella salí yo. No voltió a mirar nunca mientras desaparecía en un taxi que coincidencialmente esperaba al frente. Yo caminé un rato y después me monté en un colectivo hacia Chapinero. No volví a saber de ella pero sobre todo no volví a tener un recuerdo bonito de mi niña de dieciséis años.
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