Cuando tenía como once años tenía bastante flexibilidad.
Podía tocarme tranquilamente las rodillas con la frente e incluso las puntas de los pies con las manos durante un largo periodo. Muchas veces, lleno de ocio, me recostaba en el suelo, ponía una pierna detrás del cuello y probando mis límites, apresaba mi prepucio con los dientes. No era una búsqueda de satisfacción, no era una fantasía, no había placer.
Después con el paso del tiempo, la flexibilidad desapareció, la barriga fue apareciendo, las rodillas nunca más fueron tocadas y poco a poco la flexibilidad era probada mas con la elasticidad del prepucio mismo hasta que un buen día la maniobra no pudo ser más accionada.
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